Walfraud Wagner


Para cuatro enfermeras, matar fue un pasatiempo nocturno. Un periodista austriaco señaló que las asistentes se despertaron entre sí sus instintos sádicos, convirtiendo una sala de hospital en un campo de concentración. El sufrimiento de los pacientes terminales pasó a segundo plano. Ahora sobraban pretextos para acabar con la vida de los pacientes





Cuando tenía 24 años, Waltraud Wagner entró a trabajar como enfermera asistente al Hospital General de Lainz, donde la asignaron al Pabellón 5, un área especial para pacientes con enfermedades terminales. A Wagner le sentó bien el lugar, tanto que invitó a tres amigas suyas a que se incorporaran a las labores nocturnas del sanatorio: Maria Gruber, que había desertado de la escuela de enfermería y era madre soltera; Irene Leidolf, quien estaba casada, pero cuyo marido se especializaba en acostarse con mujeres jóvenes; y Stephanija Mayer, una abuela divorciada que había emigrado de Yugoslavia en 1987.





Las cuatro mujeres, cuatro enfermeras, conformaron un equipo de homicidas peculiar, quizá sin antecedentes en los anales del asesinato serial del mundo.








De acuerdo con el testimonio de Wagner, ella había estudiado enfermería porque deseaba ayudar a la gente, evitarle el sufrimiento, hacer que se sintiera bien. Sin embargo, en el Pabellón 5 del Hospital Lainz sólo había sufrimiento. Las personas le rogaban que hiciera algo para darles un poco de paz.





Finalmente, en 1983 una mujer de 77 años pidió a Wagner que acabara con la miseria de su vida. La enfermera le administró una dosis letal de morfina. El rictus de dolor en el rostro de la enferma cambió por una expresión de serenidad antes de morir.




En las semanas siguientes, Waltraud Wagner tuvo miedo por lo que había hecho. Pensaba que en cualquier momento la descubrirían. Pero no, los días transcurrieron y del temor pasó a la calma al recordar la expresión de serenidad de la anciana.





Después de aplicar su fórmula mortal en otras enfermas, Wagner decidió que el llamado era demasiado grande como para atenderlo ella sola. Decidió crecer el equipo, reclutando a tres colegas.





Con la experiencia adquirida en el trabajo de campo, Wagner instruyó a sus discípulas. Les enseñó los secretos de una dosis letal de morfina y la forma en que una “cura de agua” puede terminar con el sufrimiento de un enfermo terminal.





La “cura de agua” en realidad es un eufemismo utilizado para describir el consabido método de introducir agua por la garganta de una persona, mientras se le aprieta la nariz y se le sostiene la barbilla. En un hospital en el que con frecuencia los pacientes ancianos mueren con líquido en los pulmones, la “cura de agua” pasó desapercibida por mucho tiempo.





Para las fabulosas cuatro matar se convirtió en un pasatiempo nocturno. Un periodista austriaco señaló que las enfermeras se despertaron entre sí sus instintos sádicos, al grado de convertir una sala de hospital en un campo de concentración. El sufrimiento de los pacientes terminales pasó a segundo plano. Ahora se inventaban pretextos para acabar con la vida de los pacientes.





Crearon un sistema de castigos para los pacientes “molestos”. Sin un enfermo causaba una molestia hoy, era asesinado la noche siguiente. Entre las “molestias” que se sancionaban estaban: roncar, ensuciar las sábanas, rechazar los medicamentos o tocar el timbre para llamar a la enfermera.





Aunque la gran cantidad de muertes llamó la atención de autoridades hospitalarias y policiacas, no había sido posible fincar responsabilidad alguna en las enfermeras.





La soberbia cumplió su parte. Una noche, mientras cenaban en una taberna local, la plática acerca de su asesinato más reciente fue escuchada por un comensal.





Las enfermeras confesaron 49 homicidios, aunque las autoridades especulan que la cantidad real sobrepasa los 200.


































Waltraud Wagner fue condenada a prisión de por vida por 15 asesinatos y 17 intentos de homicidio. Irene Leidolf recibió la misma condena, pero por cinco homicidios. Las dos enfermeras restantes recibieron una condena de 15 años de prisión.